Wednesday, November 29, 2006

El antiguo dilema: “Comer” o “no comer” del fruto prohibido



El antiguo dilema: “Comer” o “no comer” del fruto prohibido

"La gente en cada época y cultura ha insistido que el mal tiene una causa específica..., que la naturaleza humana no es del todo natural porque ha sido distorsionada por algún error o fallo fundamental que se ha perpetuado de generación en generación." (Antropologo Richard Heinberg - Memories and Visions of Paradise)

El amor, la vida y el linaje están relacionados con la sexualidad. El vínculo del amor, la vida y linaje es lo qué da a la historia su continuidad, enlazando el pasado, el presente y el futuro. Por esta razón, el acto conyugal debería de ser un acto hermoso, digno y sagrado. Sin embargo, es muy significativo descubrir que a menudo en el transcurso de la historia humana, los órganos sexuales y el acto del amor hayan sido vistos como algo impuro y vergonzoso, debido sobre todo su mal uso y al desorden de “la vergonzosa concupiscencia” y “la morbosa libido” (como reconoce San Agustín, De nupt. et conc., I, cap.) y que viene causado por el pecado en los “orígenes”.

También es sintomático que en la mayoría de los idiomas que conozco (y el lenguaje expresa la cultura), las llamadas “malas palabras”, las palabras más obscenas y vulgares con la que la gente se maldice e insulta hacen referencia a menudo a los órganos sexuales y el acto del amor; cuando irónicamente esas deberían de ser las buenas palabras. Todo esto degrada al “acto sexual” que dentro del contexto del amor conyugal, está diseñado por Dios (como el numero uno de los sexólogos) a ser una experiencia sublime, buena y sagrada. Es el mal uso de esa sexualidad, (inspirada en los orígenes por el Maligno) lo que fue convirtiéndola en algo casual, obsceno, impuro y vulgar. El adulterio es la más grande traición imaginable contra el amor, y sin embargo, este problema, desafortunadamente lo vemos repetido, en todos los ámbitos y culturas a través del tiempo, así como la prostitución, que reduce el sexo a una mera mercancía. Los incestos, los abortos, las violaciones y toda clase de perversiones sexuales que se realizan a través de los órganos del amor, invadieron y contaminaron la vida de los hombres en todas las razas culturas y religiones a través de toda la historia humana pasada y presente.

Juan Pablo II nos habla de las miserias de esta condición como: “… consecuencias permanentes en el hombre y en la mujer. Ellos, cargados con la pecaminosidad hereditaria, llevan consigo el constante «aguijón del pecado», es decir, la tendencia a quebrantar aquel orden moral que corresponde a la misma naturaleza racional y a la dignidad del hombre como persona. Esta tendencia se expresa en la triple concupiscencia que el texto apostólico precisa como concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16). Las palabras ya citadas del Génesis (3, 16) indican el modo con que esta triple concupiscencia, como «aguijón del pecado», se dejará sentir en la relación recíproca del hombre y la mujer.” (Carta Apostólica Mullieres Dignitatem – Juan Pablo II)

Esa tendencia que desvía la recta conducta humana en relación al amor reciproco del hombre y la mujer y su verdadera expresión en el acto intimo conyugal, es un problema que se remonta a los albores de la historia de la humanidad, y necesita ser corregida, redimida y superada, de lo contrario, nunca encontraremos la paz y la felicidad auténtica en este mundo.

Desde los albores de la historia humana encontramos desorden en la expresión del amor sexual humano. Sin embargo, la Caída humana causada por el pecado original NO destruyó la bondad original del matrimonio, solamente hizo que resultara más difícil y trabajoso vivir con rectitud la sexualidad en el matrimonio. Aunque la SEXUALIDAD Y EL MATRIMONIO son buenas, después del pecado de los orígenes, es necesario el ESFUERZO para vivirlas con responsabilidad. Es imprescindible el DOMINIO DE SI MISMO para integrarlas en el plan de Dios que, ciertamente incluye el proyecto del “principio”. “Tan solo mediante la lucha contra el PECADO y los instintos de la “carne” es posible vivir la vida del “espíritu” que incluye el recto orden de la sexualidad.

Como enseña el Catecismo (CEC 1606-1008): “…la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal…. Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".

Con la ayuda de Dios, por tanto, esa unión está destinada a ser sublime y sagrada. El ancla que nos daría estabilidad permanente. Cuando el amor conyugal de marido y esposa se establece firmemente, ambos pueden sentirse satisfechos y realizados. Así como nosotros no podemos cambiar a nuestros padres que nos dieron nacimiento, una vez que un hombre y una mujer se unen bajo el vínculo del amor verdadero, jamás pensarán en divorciarse, su unión de amor llega a ser indisoluble y permanente, así como permanente es la vida que ellos mismos transmiten a través de sus hijos que son los frutos de su amor.

Los descendientes espirituales de Abraham (judíos, cristianos y musulmanes) están muy arraigados a un orden ético, definiciones y niveles morales que deberían liberar a nuestro mundo de un gran surtido de disfunciones y problemas. Como reacción a este orden moral, muchos se dedicaron a desafiar a la religión misma como presuntuosa e ilegitima en su papel de establecer sanciones morales sobre los deseos sexuales humanos. La alternativa era desencadenar el deseo sexual en su totalidad. Sin embargo ese tipo de ambiente solo sirvió para acelerar el deterioro de la cultura. El record histórico nos convence y demuestra que la cultura “liberada” de todos los códigos morales muy pronto declina en un torbellino de males sociales.

En un importante trabajo de antropología comparada del Dr. Joseph Daniel Unwin, quien analiza por siete años meticulosamente 80 sociedades y 16 civilizaciones en un período de más de cuatro mil años de historia, él llega a la conclusión de que cuando las familias eran estables y mantenían una fidelidad matrimonial era el periodo cuando la civilización florecía y se elevaba con lo que él llamó "energía expansiva". Eran los tiempos del desarrollo y la más alta creatividad en el arte, la ciencia y la cultura; pero el Dr. Unwin también descubrió que cuando el amor sexual se salía fuera del contexto seguro del matrimonio, y se aceptaba como normal la sexualidad prematrimonial, extramatrimonial y entre personas del mismo sexo, en tales casos, él descubrió que esa civilización se desintegraba al cabo de tres generaciones. Lo más sorprendente y preocupante de todo es que él nunca encontró ni una sola excepción histórica a este fenómeno. (Dr. J. D. Unwin - Sex and Culture – 1934, Oxford University Press)

A pesar de que todas las reglamentaciones religiosas eran vitalmente necesarias, su expresión e implementación imperfecta es lo que a menudo ha contribuido, en una ironía triste y trágica, a las reacciones seculares como las que hemos observado en la “revolución sexual” de nuestra época. En gran medida, cuando las clasificaciones morales son poco claras y están impuestas a través de la culpa y la vergüenza siempre van a manifestar el mismo monstruo que tememos. Este trágico antagonismo entre lo sagrado y lo secular, con la sexualidad humana en el medio de este balance, sirve como una dimensión significativa y oculta del conflicto de los pueblos.

Desde los albores de la historia, una meta clave de los intereses seculares, aunque a menudo no se habla abiertamente de ellos, ha sido el de “liberar” la sexualidad humana de los códigos morales de la religión. De hecho, Satanás mismo es el padre de este movimiento. La queja fundamental de Satanás era que Dios insistió en imponer un código sobre la conducta sexual humana. (La prohibición de Dios de la relación sexual entre ángeles y humanos era sin duda el principal punto de desacuerdo)

En el jardín del Edén el código moral de Dios estaba basado en el precepto de que Adán y Eva primero tenían que lograr un estándar personal de madurez antes de que pudiesen multiplicarse. Por lo tanto el precepto moral de “no comer del fruto”, servía como un apoyo para que Adán y Eva se dirigieran a su objetivo. La implicación esencial de este código moral era: Adán y Eva debían de lograr sus calificaciones y después recibir el permiso de Dios antes de que pudieran tener relaciones sexuales. Por el contrario Satanás quería la experiencia sexual sin tener en cuenta este requerimiento. (*)

La conducta sexual en el Edén procedió sin permiso de Dios, esta es la raíz del pecado. A partir de entonces la mancha del sexo, que resultó de la caída pertenece a este asunto porque Dios no dio su permiso. La humanidad, en ignorancia, ha estado sin darse cuenta de las razones por las que Dios no ha dado su aprobación. Esto ha sido ocultado porque el propósito fundamental de la sexualidad humana no ha sido realizado como resultado de la caída. La falta de permiso ha contribuido a la confusión de los valores sobre la sexualidad humana; aún incluso en la unión fiel y monógama, los hijos son “concebidos en pecado” y transmiten ese “pecado original” con el todos nacen, necesitando por tanto del “renacimiento” y salvación. Desde la caída, parece ser que no ha habido un estándar que alcanza la aprobación incondicional de Dios.
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(*) Véase la referencia que nos da el doctor en Teología Eleuterio Elorduy en su monografía sobre El Pecado Original, en relación al escrito del siglo IV conocido como el "Ambrosiaster":

"Al ser corrompida Eva, la primera mujer, pierde su virginidad contra la voluntad de Dios y aparece corrompido cuanto de ella se engendra, comenzando por Caín, nacido de la primera desobediencia."

"El demonio ha utilizado a Eva para enredar a Adán, haciendo de él un instrumento para usurpar la soberanía suprema, que sólo a Dios pertenece."

"Al ser corrompida Eva, la primera mujer, pierde su virginidad contra la voluntad de Dios y aparece corrompido cuanto de ella se engendra,..." "Adán el hombre primero y único creado y promovido por Dios a la realeza universal, con la investidura de la imagen y semejanza divina, aceptó la propuesta demoníaca de hacerse igual a Dios desflorando la virginidad de su mujer, Eva, a la cual el Señor había prometido el amor conyugal y casto de un matrimonio santo."
(El Pecado Original. - Eleuterio Elorduy. - Editorial Católica B.A.C. - 1977, pag. 203, 221)

La interpretación de la caída de los ángeles y la caída de Adán y Eva en términos sexuales o de concupiscencia no es algo nuevo en la historia del Judeocristianismo. La encontramos en escritos de ciertos rabinos judíos, sobre todo del período intertestamental, así como en los Padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos de los primeros siglos de nuestra era.

Clemente de Alejandría en el siglo II escribió: "...el primer hombre de nuestra raza no esperó el tiempo apropiado, deseando el favor del matrimonio antes de su hora y cayó en pecado por no esperar el tiempo de la voluntad de Dios...ellos (Adán y Eva) fueron inducidos a hacerlo mucho antes de lo normal porque estaban todavía jóvenes y fueron arrastrados por el engaño." (Sobre el matrimonio XIV:94, XVII:102‑103).

De forma similar, Teófilo de Antioquía y San Irineo consideraban a Adán en una edad prematura cuando infringió el precepto de abstenerse de la unión conyugal con Eva, su futura esposa, no porque fuera una acción mala, sino impropia de su edad.

Este concepto de que la caída ocurrió en un período de inmadurez antes de que alcanzaran la perfección, también es compartido por Pedro Lombardo, Hugo de San Víctor, Alejandro de Hales, San Buenaventura, Juan Duns Escoto y otros en la escuela franciscana.

Influidos por algunos libros apócrifos de esa época y en especial por el Libro de Enoc, la noción de una relación carnal de los ángeles con las mujeres en los comienzos de la historia era comúnmente aceptada, sobre todo, para interpretar los versículos del Génesis 6:1‑4. Tertuliano (160‑200) llama a esos ángeles caídos "Desertores Dei, Amatores Feminarum" (Los desertores de Dios y amantes de las mujeres.) Interpretaciones similares fueron mantenidas por: San Irineo, Atenágoras, San Atanasio, San Ambrosio, San Jerónimo, San Justino y otros.

Encontramos también la misma línea de interpretación en algunos antiguos rabinos judíos.
El rabino Leo Jung, que hizo un cuidadoso estudio de los comentarios judíos, cristianos e islámicos sobre la caída, mantiene que todas las historias que hablan del adulterio de la "serpiente" con Eva tienen algún fundamento en la tradición judía. (L. Jung, Ángeles Caídos en la Literatura Judía, Cristiana y Mahometana, 1974, pag. 69‑78).

Por ejemplo, encontramos en el Talmud en Abot de Rabbi Nathan del siglo II:

"En aquel momento la serpiente malvada consideró en su corazón: como soy incapaz de causar la caída de Adán, iré y causaré la caída de Eva. El fue, se sentó a su lado y habló mucho con ella... ¿Qué planeó la serpiente malvada en aquel momento? El pensó iré y mataré a Adán y me casaré con su esposa y seré el rey de todo el mundo y marcharé orgulloso y disfrutaré placeres reales."

En forma similar, el profesor F. R. Tennant de la Universidad de Cambridge, que hizo un extenso estudio de la caída, nos comenta: "Más allá de toda duda, los diversos relatos acerca de la relación sexual de Adán y Eva con demonios y especialmente, Eva con la serpiente o Satanás, eran muy antiguos y muy extendidos entre los judíos" (F.R. Tennant, Las fuentes y las doctrinas de la caída y el pecado original, Schocken, NY 1968, pag. 156).

Por otro lado, encontramos a través de la historia humana casos estudiados de ciertos individuos que tuvieron relaciones sexuales con espíritus. Existen testimonios de personas que por las noches sufren extrañas tentaciones sexuales por parte de espíritus. No se trata de los sueños sexuales eyaculatorios, por todo el mundo conocidos; ni de las alucinaciones sexuales de los esquizofrénicos, sino de experiencias reales en estado de vigilia. En la historia de la religión este fenómeno ha sido estudiado y se conoce por el nombre de "íncubo", cuando el espíritu que se aparece es masculino, y de "súcubo", cuando se trata de un espíritu femenino.

Es ampliamente conocida la anécdota de San Antonio de Egipto que en sus luchas por mantener su pureza y castidad, era tentado por espíritus con apariencia de mujeres hermosísimas que lo persuadían con toda clase de artimañas eróticas. Casos documentados de tentaciones similares ocurrieron en monasterios y conventos a monjes y a monjas que estando recluidos del mundo, pasaron por este tipo de pruebas difíciles.

Tampoco faltan evidencias de estos fenómenos en lo que podíamos llamar el lado satánico. Brujos y brujas, por mucho tiempo han sostenido que en sus ritos místicos podían experimentar la unión sexual con su maestro y sus contrapartes sobrenaturales. Durante la Edad Media, hasta el siglo XVII e incluso hoy, han confesado estos hechos, tanto a clérigos como a autoridades seculares, no como admisión de culpa, sino como parte de sus experiencias y creencias. Por supuesto, este tipo de fenómeno no está en el ámbito de la experiencia cotidiana de las personas comunes sin embargo es un hecho posible y comprobado incluso en este tiempo.

Es relevante el caso de la Madre Ann Lee Stanley que oficialmente fundó un grupo de Cuáqueros célibes (Shaking Quakers). Estando encarcelada en 1770 en Manchester, Inglaterra, tuvo una visión en la que Jesucristo se le apareció y le mostró gráficamente en relación al pecado original que el acto sexual fue el verdadero acto de transgresión cometido por el primer hombre y mujer en el Jardín del Edén. Después de esta sorprendente experiencia, ella y sus seguidores se establecieron en comunidades célibes en las que vivían juntos como hermanos y hermanas.

Muchos de los llamados a esta renuncia o vocación, en cierta forma llegaron a intuir que se debía recorrer el camino de la restauración en celibato, como hermanos y hermanas, esperando por el permiso absoluto de Dios para realizar un matrimonio santo y divino que sería otorgado en un futuro. Por lo que escogían "desposarse" espiritualmente sólo con el Señor y su obra.
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¿En qué consiste la alegría celestial y la felicidad eterna?

El científico y místico sueco Emmanuel Swedenborg en una de sus últimos libros de su extensa obra de 30 volúmenes (escritos en latín) y publicado en 1768 con el título: Delitiæ Sapientiæ de Amore Conjugiali; post quas sequuntur Voloptates Insaniæ de Amore Scortatorio ab Emanuele Swedenborg, Sueco - Amstelodami MDCCLXVIII (Las Sabias Delicias del Amor Conyugal; y después sigue los Insanos Placeres del Amor Prohibido) relata en sus primeros capítulos (CL 3-41, incluidos a final *) una experiencia en el mundo espiritual que trata precisamente sobre este asunto: ¿En qué consiste la alegría celestial y la felicidad eterna?

Swedenborg es testigo de una experiencia en la que nos relata que se hizo una gran convocatoria para reunir a los más sabios y famosos de aquellos que habían llegado recientemente al mundo de los espíritus. Cuándo se les preguntó a la multitud congregada: ¿Qué es la alegría celestial y la felicidad eterna? algunos contestaron que consistía en el compañerismo y la amistad con los ángeles y en participar en interesantes conversaciones; otros esperaban festejar en exquisitos banquetes con la presencia de los patriarcas y los santos como Abraham, Isaac, Jacob y los Apóstoles; un tercer grupo contestó que les gustaría descansar para siempre en jardines llenos de flores fragantes y deliciosas frutas; un cuarto grupo deseó oro, joyas y una riqueza sin limites; y otros creyeron que la más elevada alegría consistiría en pasar toda la eternidad en alabanza a Dios.

Entonces los del primer grupo fueron llevados a un gran palacio con espaciosos salones dónde personas muy distinguidas mantenían interesantes y agradables conversaciones. En un salón estaban relatando las experiencias de su vida anterior; en otro salón había hombres hablando en broma sobre las mujeres que habían conocido; en otro las personas estaban disertando sobre filosofía, en otro los debates giraban en torno a los problemas políticos, y así sucesivamente. Los visitantes fueron pasando de salón en salón escuchando o uniéndose a las conversaciones. Después de un tiempo gradualmente fueron sintiéndose más y más cansados de las conversaciones. Cuando intentaron dejar el palacio, se encontraron las puertas cerradas, y un ángel les recordó: "Estas puertas sólo se abren para dejar entrar a los que merecen el cielo; permanezcan aquí y disfruten de las alegrías del cielo por toda la eternidad". El grupo entonces comenzó a sentirse muy ansioso y oprimido, hasta que se arrepintieron de su concepto y ridícula opinión sobre lo que debía ser el cielo. Preguntaron al ángel: ¿En qué consiste, entonces, la alegría celestial? y el ángel contestó: "Es la satisfacción y el deleite en hacer algo útil o beneficioso para otros; su alegría y satisfacción en esencia se deriva del amor, y su existencia de la verdad ".

El segundo grupo entró en un jardín con grandes mesas ataviadas con los mejores y más exquisitos manjares; en cada mesa se sentó un importante patriarca: Abraham, Isaac, Jacob y los doce Apóstoles. A parte del excelente festín, disfrutaban de la música, juegos, bailes y actuaciones dramáticas. Cada día el grupo rotaría de una mesa a otra mesa, y después de cada ciclo en el que habrían festejado con cada uno de los patriarcas, se repetiría el ciclo de nuevo, y así sucesivamente por toda la eternidad. Después de varios días ellos estaban saciados y hartos, al punto que incluso sólo con mirar la comida les daban nauseas. Aunque fueron retenidos hasta que hubieran comido en todas las mesas, estaban desesperados por escapar de esta supuesta alegría celestial. De esta forma comprendieron que la verdadera comida del cielo es el amor y la sabiduría, y su uso al servicio de los demás.

Así ocurrió también con los otros grupos. Los que ambicionaron riquezas y poder se regocijaron con oro y joyas y se sentaron en grandes tronos, pero después de algunos días cuando ningún cortesano llegó para atenderles (porque eran indignos), se cansaron y se aburrieron de su posición y sus riquezas.

Los que fueron a vivir a los bellos y fragantes jardines colmados de todo tipo de frutos y flores disfrutaron allí durante algunos días, pero luego se fueron cansados de los olores, sabores y colores.

Los que se unieron a los coros angélicos que alababan a Dios se cansaron también de todos los incesantes cantos, oraciones y sermones; empezaron a bostezar y algunos se durmieron. Cada uno aprendió que las alegrías del cielo no dependen de la posición, las riquezas o la gloria, sino que se experimentan a través de amar, ser útil y en ayudar otros.

Después de todas estas experiencias, la asamblea fue conducida a un magnífico palacio en el cielo rodeado de jardines y allí observaron una boda. Esta experiencia les dio más esperanza y alegría que todo lo que habían visto antes. El propósito de esa visión y su significado fue resumido luego por un ángel que dijo: "Nuestras alegrías, felicidad y deleites celestiales se desprenden principalmente del “amor conyugal”.

“Reino de los Cielos” es una expresión religiosa para referirse a ese reino del amor verdadero y la felicidad perdurable. La alegría del Reino de los Cielos comienza y perdura con el verdadero amor conyugal en un matrimonio bendecido por Dios, como debería de haberse dado en los “orígenes” de no haber ocurrido “la Caída”. Ese no sólo es el momento cumbre de consumación para el hombre y la mujer, sino que es el punto culminante de consumación también para Dios. La imagen entera invisible de Dios se completa en ese instante. El mundo espiritual y el mundo físico, el Creador y lo creado, todo llega a ser uno en ese momento. Es ahí donde se manifiesta la alegría de la creación. Ese es el comienzo de la felicidad y la esperanza y por eso debemos restaurar y lograr ese ideal eterno e incambiable de Dios. Esa es la vida que Dios concibió para cada hombre y mujer aquí en la tierra y en el mundo espiritual eterno.

El estímulo y realización definitivos de los hombres y las mujeres son los del amor verdadero, no existe nada mejor. Es como el ancla de la vida. Cuando el amor de marido y esposa se consuma en este nivel tan sagrado, Dios está viviendo con ellos en todo momento. Una vez anclados en el corazón de Dios, el marido y la mujer pueden sentirse satisfechos y realizados para siempre.

En el evangelio de Mateo 19:4-7 Jesucristo hace referencia a eso cuando nos dice: “¿No han leído que el Creador en el principio, los hizo hombre y mujer, y dijo: El hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá con su mujer, y serán los dos uno solo? De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre." En otras palabras, Jesucristo nos está diciendo que, antes que la Iglesia o cualquier otra institución, el matrimonio es la primera institución que Dios creó en el Jardín de Edén, y que por tanto, el matrimonio es en sí mismo el cumplimiento del propósito de la creación, ya que hombre y mujer forman la imagen de Dios, y podemos reflejar plenamente Su Naturaleza sólo como una pareja…

Cuando dos se hacen una sola carne, significa que Dios consagró la santidad de unión sexual. La unión del acto conyugal debería tener una dimensión mística y sagrada, ya que es la unión íntima entre el marido y la esposa con Dios para disfrutar y expresar el amor eterno que El originalmente diseñó. Dios está presente como la tercera persona. El es la unión, y los tres se convierten en uno, como un reflejo de la Santa Trinidad. Mediante esta santa unión, Dios, el creador de la humanidad, transmite Su amor a la toda la raza humana.

¿Con quien finalmente vamos a experimentar y compartir la intimidad de nuestro ser día a día en un eterno para siempre? Obviamente dicha persona será nuestro esposo o esposa y por supuesto esa unión incluye el espíritu de Dios que se fundirá con cada pareja en el disfrute de ese matrimonio y amor sexual consagrado. Así se cumple con el propósito original de la creación, por el que estamos destinados a llegar a ser dos en una sola carne. Debido a que Dios no tiene un cuerpo ni brazos para abrazarnos y al igual que nuestra mente es invisible e intangible (aquí o en el mundo espiritual) nuestro esposo o esposa llegarán a ser en su perfeccionamiento progresivo esa imagen visible del Creador Invisible (siempre y cuando el marido y la esposa se esfuercen a nivel individual en unirse a Dios) y se convertirán también en cierto sentido en el rostro de Dios, sus abrazos y su amor llegarán a manifestar la expresión tangible y substancial del abrazo y el amor de Dios.

Jesús González Losada
jegonzal2001@yahoo.es